CESARINA BENTO
La literatura romántica canaria no dio nombres especialmente significativos y menos aún en las islas menores. El caso de la poetisa de Agulo Cesarina Bento es, por tanto, un caso ciertamente paradigmático.
Nacida en Agulo en 1844, con tan sólo diez años se traslada con su familia a Cuba,en la que vivirá su adolescencia. Su padre, José Ramón Bento Peraza de Ayala, terrateniente gomero, había decidido establecerse en Cuba invirtiendo su fortuna en fincas y terrenos con caballerizas, concretamente en San Andrés.
La formación de este periodo lo recibe en el Colegios de El Salvador, uno de los más destacados de la burguesía cubana debido a la directrices del pedagogo José de la Luz Caballero, padre del laicismo latinoamericano.
La poetisa regresa en 1863 a Agulo. Cuando cuenta con 26 años de edad, se casa con su primo Fernando Bento de 19 años de edad, en una operación lógica de la burguesía insular por acumular propiedades y mantener el linaje familiar. Desde que Cesarina se establece en La Gomera, su producción continúa compaginándola con las tareas propias de una dama burguesa.
Aunque muere en 1910, dejando una ingente producción, y en cierta medida desconocida, no es hasta que el poeta e historiador Sebastián Padrón Acosta reivindique su figura en 1940, cuando su nombre empieza a ser conocido entre los ámbitos culturales canarios. Dentro de sus interesantes composiciones puede destacarse El asesino condenado a muerte, aunque es tal vez su obra más importante un libro íntimo titulado Libro de Cesarina Bento y Montesinos.
Su estilo, propio de la época victoriana en Canarias, es semejante al de otras poetas isleñas como Victorina Bridoux. La poesía de Cesarina es rotunda, marcada por la sinceridad que evocan paisajes y realidades diversas. Sus años vividos en Cuba, donde frecuentó la sociedad habanera, sus tertulias y modernidad, están presentes en las obras de Cesarina, quien reclama felicidad para La Gomera, felicidad que ansiaba buscar, estando en contacto con aquellos ilustres viajeros que por la isla llegaran, como el caso de R. Verneau, sirviendo de notable anfitriones en su residencia.